lunes, 3 de enero de 2011

Del piso 24...

Historias de las mañanas que nunca despiertan.

Entre gritos que se hunden entre la madera vencida de una ya oficina hundida un poco en la depresión, otro poco en la alegría. Algo se haya en la gente, entre el ruido ahogado de los sueños que están despertando. Algo despierta en la juventud perdida de la mayoría de los habitantes del piso 24. Pasan, suben, bajan, cierran, abren, caen y se vuelven a levantar.

Abren los ojos, cierran los bares, gritan en la noche cegada por las luces de la Avenida. No quiero verte, ya no mas.
No quiero seguir siendo absorvida por la silla que se me pegotea en las piernas, mientras miro recelosa al aire acondicionado que no me da un solo respiro de la frustración y de los aires que provienen de la cocina.

Ya no mas!.

Algún auto didacta recita promesas que se las lleva el viento, que sopla mas fuerte desde que es Verano. Por momentos me recuerda a una película bastante pochoclera, pero a nadie le importa, porque cada uno es tan uno solo que ya no pueden ver mas allá de sus propias fosas nasales, recubiertas de una mucosa verde, sacada de vaya-a-saber-uno-el-lugar.

Silban entre canciones bizarras, y uno y media se encuentran, se desencuentran y se deshacen porque hacerse es demasiado difícil para que ya dejes de verlo. Vomitan historias que dan miedo, de lugares no tan lejanos y bajan, se entierran, mueren y vuelven a nacer, porque esa es la química de este lugar.

Y entre medio de tanto alboroto camuflado con tres gritos pelados al aire, se abre un poco de la tiniebla y se observan a la distancia el miedo y la impotencia. Pensando cuando será el momento oportuno de jugar la carta de la furia, y que todo termine en algún beso perdido, en algún rincón de telarañas tejidas por los mas intrépidos animalejos.

Gritos de furia, lágrimas de sangre, puños de cemento.